Muere un compañero
Ha muerto Rafael Blasco, uno de los profesores
de nuestro departamento, a consecuencia de un infarto. Apenas había
tenido trato con él, y es difícil creer que ya he tenido todo el que iba
a tener. No iré a su entierro, en Teruel (a mil kilómetros de donde
estoy). Pero el redoble de campanas sí llega hasta aquí.
La muerte
súbita es quizá el auténtico rostro de la muerte, el que preferimos no
mirar, o no podemos mirar directamente mucho rato. Rafael, seguramente,
no vio a la muerte cerca, como no la vemos nosotros día a día. Vivimos
como si no fuésemos a morir nunca, y quizá esa sea nuestra mayor
aproximación a la inmortalidad: vivir nuestra vida de siempre, la que
hemos elegido, ignorando el momento de la muerte. Esperarla, o mejor
dicho, no esperarla, haciendo pajaritas de papel, o viendo Operación
Triunfo, como si la cosa no fuese con nosotros. Quienes mueren
súbitamente no le han pagado a la muerte, al menos, el peaje de estar
pendientes de ella, muriendo en vida un poco. Estuvieron más vivos que
nadie hasta que un momento cualquiera se convirtió (para los demás) en
su último momento. Para los demás, sí: ellos estaban en su vida, y están
ausentes de su muerte, en la que sí estamos nosotros. Hay sin duda
mucha sabiduría natural en este desprecio o ignorancia de la muerte. En
compensación, los supervivientes no podemos quedarnos impasibles, y
estas muertes súbitas nos matan más que otras. Hasta que conseguimos
concentrarnos en la vida otra vez.
Los sabios suelen ser aguafiestas, y nos aconsejan, en cambio, "vivir para la muerte" - por ejemplo en este poema de William Drummond. Y también tienen, seguramente, su parte de razón.
Más de una vez la muerte me murmuró al oído,
graba lo que oyes en diamante y oro:
Yo soy ese monarca a quien todos los monarcas temen,
el que ha hecho rodar por el polvo su orgullo desmedido;
todo, todo es mío bajo la esfera de plata de la luna,
y nada, a no ser la virtud, puede retener mi poderío.
Esto, que no creías, te lo dijo experiencia cierta
cuando a tí me acerqué en un reciente peligro.
A modo de espantajo te mostré mi rostro entonces,
para que de mis horrores pudeses hacer buen uso,
tomando una senda de vida más sagrada.
Camina ahora siempre armado para mi golpe cruel,
no te fíes más de la vida que te halaga, redime el tiempo pasado,
y vive cada día como si fuese tu último.
(William Drummond, 1623)
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