Se trata de un análisis conceptual de la tolerancia y de la intolerancia, del derecho a ofender y a recibir ofensas, en el seno de una sociedad abierta y multicultural, al hilo de un comentario de David Lane sobre el teatro controvertido y la corrección política en Contemporary British Drama (2010).
English abstract:
The Right to Take and Give Offence
A conceptual analysis of toleration and intolerance, of the right to give and receive offence, within an open and multicultural society. This is done by way of a response to David Lane's comment on controversial drama and political correctness in Contemporary British Drama (2010).Keywords: Offence, Toleration, Intolerance, Blasphemy, Multiculturalism, Open society, Freedom of speech, Democracy
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También aquí:
_____. "El derecho a ofenderse." In García Landa, Vanity Fea 1 Sept. 2014.*
http://vanityfea.blogspot.com.es/2014/09/el-derecho-ofenderse.html
2014 DISCONTINUED 2025 – Online at the Internet Archive.*
http://vanityfea.blogspot.com.es/2014/09/el-derecho-ofenderse.html
2025
_____. "El derecho a ofenderse." Ibercampus (Vanity Fea) 1 Sept. 2014.*
http://www.ibercampus.info/el-derecho-a-ofenderse-28433.htm
2014 DISCONTINUED 2024 – Online at the Internet Archive.*
http://www.ibercampus.info/el-derecho-a-ofenderse-28433.htm
2025
_____. "El derecho a ofenderse (The Right to Take and Give Offence)." SSRN 16 Jan. 2015.*
https://ssrn.com/abstract=2550428
2015
Legal Anthropology eJournal 16 Jan. 2015.*
http://www.ssrn.com/link/Legal-Anthropology.html
2015
Political Anthropology eJournal 16 Jan. 2015.*
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Conflict Studies: Intra-State Conflict eJournal 16 Jan. 2015.*
http://www.ssrn.com/link/Conflict-Studies-Intra-State-Conflict.html
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Conflict Studies: Domestic Politics eJournal 16 Jan. 2015.*
http://www.ssrn.com/link/Conflict-Studies-Domestic-Politics.html
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Political Institutions: Constitutions eJournal 16 Jan. 2015.*
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2015
Political Theory: Political Philosophy eJournal 16 Jan. 2015.*
http://www.ssrn.com/link/PT-Political-Philosophy.html
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_____. "El derecho a ofenderse." Academia 28 May 2016.*
https://www.academia.edu/25674364/
2016
_____. "El derecho a ofenderse." ResearchGate 28 May 2016.*
https://www.researchgate.net/publication/303589792
2016
_____. "El derecho a ofenderse (The Right to Take and Give Offence)." In García Landa, Vanity Fea 28 May 2016.*
http://vanityfea.blogspot.com.es/2016/05/el-derecho-ofenderse-right-to-take-and.html
2016 DISCONTINUED 2025 – Online at the Internet Archive.*
2025
_____. "El derecho a ofenderse." Net Sight de José Angel García Landa 4 Jan. 2023.*
https://personal.unizar.es/garciala/publicaciones/derechoaofenderse.pdf
2023
—oOo—
El derecho a ofenderse
31 de agosto de 2014
Sobre el derecho a ofender (a no confundir con la obligación o vocación de ofender) ya escribí en tiempos en "El derecho a la blasfemia."
Un derecho a la blasfemia que en España es más bien un hecho que un
derecho, o, en términos legales, un desiderátum, aunque muchos lo
consideren indeseable en el momento en que se blasfema contra sus
propios dioses (y normal cuando se blasfema contra los dioses falsos).
Quiero decir que en España existe en el código penal un delito que es el de la ofensa a los sentimientos religiosos. Es
un delito peligroso de recoger en un código legal, por su
indefinición. Sería más lógico, aunque quizá impresentable
constitucionalmente, que la ley hablase de "ofensa a los sentimientos
religiosos de los cristianos" o "de la mayoría social"—que es lo que
quiere decir sin decirlo, claro. Porque sectas y cultos caprichosos, y
muy susceptibles de ofenderse porque respires, los hay a patadas, y es
obvio que la ley no cubre sus supuestos derechos a sentirse ofendidos.
Casi es para pensar que esta ley que
tenemos es mejor que no se aplique sino en raros casos... de no ser
porque el hecho mismo de que haya una ley que no se aplica sino en raros
casos es de por sí una ofensa al gusto, jurídicamente hablando. Quiero
decir que más ofende al gusto la aplicación arbitraria o selectiva de
una ley estúpida o injusta, que la misma injusticia establecida por esa
ley. Es, en suma, una ley abusiva, de esas que intimidan más que
regulan, de las que te hacen estar en perpetuo estado de ilegalidad
potencial sin que se apliquen de hecho, y que cuando se aplican es de
manera errática y arbitraria, o a instancias de parte influyente y
abogado caro. Una peste, vamos; y aún tenemos suerte de oír hablar tan
poco de esta ley de la blasfemia, a la espera de que (no creo) a los
votantes y partidos de este país les entre un soplo de racionalidad y
redacten una ley menos absurda.
Pero hoy quería escribir de estas
cosas a cuenta de un capítulo sobre teatro de comunidades culturales
minoritarias, en el libro de David Lane Contemporary British Drama
(2010). Me ha parecido sintomático, el párrafo siguiente, sobre algunos
cruces de cables que produce la hipercorrección política. Algo que el
mismo autor cree denunciar y apenas sabe cómo, quizá por miedo a pisar
callos de minorías ofendibles y airadas y cargadas de indignación e
intolerancia:
Aquí hay cosas confusamente expresadas, o insuficientemente claras. No se trata de que las comunidades o minorías de gustos especiales exijan su "derecho a sentirse ofendidos." ¡Lo que exijen precisamente lo contrario! Lo que piden estos representantes de comunidades o minorías ofendidas es que el Estado o la Ley castiguen a quienes les ofenden, o impidan por la fuerza que se produzcan tales manifestaciones ofensivas. Que se prohíba ofenderles, o, yendo más allá, que se prohíban las cosas que les resultan ofensivas. Es decir, están contra la tolerancia de las manifestaciones artísticas, opiniones, etc., que sean ofensivas para las minorías.
Se ve fácilmente que por allí llegamos a una dictadura de las minorías, o cuanto menos a un espacio público tan neutralizado o minimizado que apenas si podría uno pasearse sin turbante por la calle, ni con turbante tampoco. That way madness lies.
A Lane se le ve a la vez molesto con
estos intentos de control y esta susceptibilidad un tanto primaria de la
mente religiosa fundamentalista (que confunde, como los idólatras, la
imagen y la sustancia)—pero también quiere reconocer ese derecho a
sentirse ofendido. Ya decimos que lo de legislar sobre sentimientos no
es lo que está en cuestión: cada cual es libre de sentirse ofendido y de
actuar en consecuencia, mientras no viole la ley con esa actuación ni
invada la libertad de los demás.
A los defensores de la sociedad
abierta (y enemigos de imanes islamistas o del Bible Belt) debe
preocuparles menos esta susceptibilidad de las víctimas de ofensa, que
los derechos de los ofensores. Es previsible que en una sociedad donde
ambos sean influyentes se establecerá algún tipo de equilibrio
inestable, en tensión constante, entre estas fuerzas— y de esta
situación no se puede ni se debe salir. Los gustos de la mayoría bien
pueden ser ofensivos para la minoría, pero no por eso se han de coartar
ni de prohibir en una sociedad democrática. Y las minorías tendrán que
luchar permanentemente por defender su espacio de protección ante lo que
consideran ofensivo en lo que es generalmente tolerado, o es expresión
legal—acotando espacios o modalidades en los que se ejerzan los derechos
de cada cual.
Ahora bien, las mayorías también deben
establecer un espacio (más o menos amplio, según la tolerancia
ambiental o el peso de las comunidades multiculturales) entre (1) lo que
se considera públicamente deseable (que debe ser subvencionado o
promovido), (2) lo que se considera normal o no tiene consideración
especial, categoría no subvencionable; (3) lo que se considera
indeseable (e incluso desincentivable) pero tolerable, y (4) lo que se
considera indeseable e intolerable. Estas categorías las tienen
revueltas o confundidas en Occidente mucha gente, no sólo Lane. Y en
Oriente medio, ni digamos.
Y es que hoy en día la tolerancia
tiene mala prensa. Nadie quiere ser 'tolerante' (pues sería tanto como
ser un prepotente paternalista) y, sobre todo, vade retro, nadie quiere ser tolerado.
Todos quieren ser respetados y admirados en su propia valía y en lo que
son, tan buenos como cualquier otro, como todo el mundo debería
reconocer. Todos somos para todos iguales, igual de valiosos, igual de respetables, igual de dignos. Así reza la doxa actual. No
hay una vida que pueda valer para alguien más que otra, no hay una
lengua superior a otra, no hay (o no debería haber) para nadie una
ideología más respetable que las otras. Por no hablar de las
preferencias sexuales, ejemplo eximio de nuestros días; no me pillarán a
mí criticando las preferencias sexuales del vecino, aunque secretamente
no las comparta.
Todo es igual de
digno e igual de bueno e igual de respetable. Y quien hace amago de
"tolerar" lo distinto es un prepotente, o un fariseo. Una
idea tan absurda, hay que aclarar, que no puede evitar formularse junto
con su negación de hecho casi en la misma frase, pues los que niegan la
conveniencia de tolerar (de puro tolerantes) enseguida pasan a pedir censura y prohibición para lo que les ofende. Sin dejar espacio entre lo que a mí me va y lo que es legalmente permisible.
Lo que no se tolera tan apenas—visto que es prepotente tolerar—es que
se diga de manera explícita que hay creencias, opciones, modas,
ideologías y prácticas que hay que tolerar, por desagradables que sean, precisamente porque son sólo desagradables
para el tolerante, pero son el espacio de libertad del tolerado. Es
más, se hace difícil entender que las leyes no deben aceptar todo por el
mismo rasero, sino que deben distinguir entre lo promovible, lo normal,
lo tolerable pero desincentivable, y lo intolerable. Y todo esto según
criterios que no son los nuestros.
En España hay cierta tendencia a
confundir lo tolerable con lo subvencionable. El caso del aborto puede
servir de ejemplo: apenas se distingue en las posturas de los partidos, y
especialmente del PSOE, encarnación de la doxa que aqueja al país, un margen entre lo legalmente aceptable y lo subvencionable. Todo lo que es aceptable (para mi cuerda, claro)
ha de ser legal, y todo lo que es legal ha de ser subvencionado—e
incluso parte de lo ilegal, si me apuran. Ahora, que este razonamiento
en absoluto se aplica a las prioridades de otros, eso va por descontado.
Hace falta diferenciar un poquito más entre lo que es deseable para mí y lo que lo es o debe serlo para la ley; entre lo que es neutro para mí y lo que es neutro para la ley; lo que es indeseable pero tolerable para mí y lo que lo es para la ley, y por último, entre todas estas dicotomías y otra más: lo que es intolerable para la ley, y lo que es intolerable para mí.
No conviene tener mezcladas ninguna de estas categorías, ni conviene
por cierto ser ciudadano tan ejemplar que estemos encantados con todo lo
que es legal. Menos aún conviene que se subvencionen con nuestros
impuestos comportamientos indeseables e inaceptables. También extraigo
de allí que los que somos raritos debemos (y los que son raritos deben)
estar moderadamente agradecidos, o aliviados, de que se nos tolere —aunque no nos aprecie la multitud.
Así pues, los que gustan de un mínimo de apertura en la sociedad deberían (ellos sí) dar por bueno el derecho a ofenderse, en los dos sentidos. El
derecho a ofender a otros—a quienes merecen ser ofendidos—dentro de los
límites de la ley; y también su derecho a sentirse ofendidos: hay que
dar por bueno que existan, y sean legales, y se toleren, y no sean
reprimidos, manifestaciones, obras, opiniones o comportamientos que nos
resultan inaceptables, de mal gusto, indeseables, indecentes, estúpidas o
crueles. No hay que perder de vista, aun siendo partidarios de la
tolerancia, el carácter ofensivo de ciertas prácticas que son legales y
aceptables para otros, pues lo que es aceptable para otro no tiene por
qué ser, de oficio, aceptable para mí. (Ojo: digo que es bueno que
exista el espacio entre lo deseable y lo legal—no digo en absoluto que
tengamos que alegrarnos también de que esas manifestaciones toleradas por imperativo legal se den efectivamente—ya he dicho que son indeseables; lo que es deseable es el espacio de libertad, y de tolerancia, en el que se dan).
Menos mal que aún podemos ofendernos por algo que es legal—allí
está la paradoja, porque de hecho seguimos encontrando esos
comportamientos o prácticas ofensivos, aunque amparados por la ley;
crucialmente, unos son menos respetables y menos tolerables que otros. Y
contra los más ofensivos e indeseables hemos de protestar. No contra lo
que es ilegal, claro, sino contra lo que es legal e inaceptable. Aun
respetando el espacio de tolerancia, distinguimos entre lo tolerable
para la ley y lo tolerable para nosotros, entre lo legal y lo ético. Y
no podemos, ni debemos, confundir estos dos espacios. No podemos admitir
que las cosas sigan como están, ni que todo lo que es legal siga
siéndolo por siempre jamás, y que todo lo que es injustificadamente
ilegal siga siéndolo por siempre jamás. En esa tensión—la existencia de
ese espacio de tolerancia pública, y la lucha contra lo indeseable o
inaceptable, se da la acción política interesante o significativa, en la
sociedad abierta.
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