martes, 1 de julio de 2025

La Vida y la Entropía

Un pasaje de un ensayo de Pierre Teilhard de Chardin, "Los movimientos de la Vida." escrito en 1928, inédito entonces, y recogido en La Visión del Pasado (trad. española de Carmen Castro, Taurus,1958). Es una contribución crucial a la cosmología evolucionista, o al evolucionismo cósmico si se prefiere, y a la integración "consiliente" de éste con el evolucionismo biológico, para culminar en una teoría cosmológica de la consciencia.

 

La Vida, físicamente, no forma más que un todo, por algo de ella misma.

Pero en este caso, por sucesivas aproximaciones, he aqui que los naturalistas han de plantearse el problema final: "¿no existe un movimiento más hondo y más amplio que los movimientos de detalle, cuyo minucioso análisis ha constituido hasta aquí la ocupación principal de la Biología transformista, un movimiento fundamental, definible científicamente, de la totalidad de la Vida?"

Parece que a esta pregunta suprema ya desde ahora se puede responder con un sí.

En primer lugar, y sin salirnos del campo ni de los métodos de las ciencias de la materia, ya estamos en condiciones de poder observar que la Vida, tomada globalmente, se manifiesta como una corriente opuesta a la Entropía. La Entropía, como se sabe, es el nombre que da la Física a esta caída, inevitable en apariencia, a consecuencia de la cual los corpúsculos (sede de todos los fenómenos físico-químicos) resbalan, en virtud de las leyes estadísticas de probabilidad, hacia un estado medio de agitación difusa, estado en el que cesa todo cambio de energía útil, en la escala de nuestra experiencia. Todo parece descender en torno nuestro hacia esta muerte de la Materia; todo, menos la Vida. La Vida es, contrariamente al juego nivelador de la Entropía, la construcción metódica, sin cesar engrandecida, de un edificio cada vez más improbable. El Protozoo, el Metazoo, el ser sociable, el Hombre, la Humanidad..., son otros tantos desafíos crecientes a la Entropía; otras tantas excepciones, cada vez más desmesuradas, a las maneras habituales de la Energética y del Azar.

Sin duda que la Física ha podido hasta ahora mantener a la Vida dentro de las leyes generales de la Termodinámica. La Vida, podemos seguir afirmando, es una contracorriente local, un remolino en la Entropía. Es el peso que sube en virtud de otro peso mayor que baja. A pesar del retraso que supone esta anomalía local, todo el sistema de la  Naturaleza no cesa de declinar hacia un enfriamiento universal.

Si para apreciar los movimientos de la Vida no tuviéramos más que factores energéticos externos, su reducción total a la Entropía podría considerarse como más sostenible. Pero es preciso considerar otro aspecto de las cosas. La vida, tomada en su totalidad, no se manifiesta sólo a nuestra experiencia como una marcha hacia lo improbable. Se traduce para nuestras investigaciones científicas en forma de una ascensión invariable, hacia una mayor conciencia. Bajo el ir y venir de las olas innumerables que son las formas organizadas, se dibuja una marea constantemente ascendente, hacia más libertad, más ingeniosidad y más pensamiento. ¿Es posible no atribuir a este enorme advenimiento más valor que el de un efecto secundario de las Fuerzas cósmicas? ¿No ver en él más que un rasgo secundario del Universo? La Metafísica no puede dudar aquí. La Física está planteándose ahora el problema. 

Esperemos que a la ciencia del futuro le sea dado hallar una representación absolutamente general de las cosas que sintetice las dos fases, en apariencia opuestas, de la Entropía y de la Vida. Dejemos aquí simplemente anotado que la obra de nuestro siglo es el haber descubierto, y además identificado en ellas—desde ahora ya—a las dos mayores corrientes experimentales que entre sí se reparten el Mundo.




 


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