Partidos y sectarismo
Este post pegaría más el 18 de julio de infausta memoria, pero
ayer me pilló por sorpresa la muerte de mi compañero de trabajo.
Sorpresa desagradable también hubo el 18 de julio de 1936, cuando el
sectarismo del gobierno de izquierdas y su atención selectiva a los
desórdenes públicos provocó la rebelión sangrienta del nefasto Caudiño
(siguiendo esta lógica: como hay decenas de muertos por terrorismo,
vamos a solucionarlo con una matanza generalizada de un millón de
personas). Según Stanley G. Payne (y según muestran los resultados de la
guerra), el gobierno de Azaña había subestimado muchísimo la capacidad
de convocatoria que podría tener una rebelión militar, una "sanjurjada"
todo lo más según creían ellos. Por tanto, al margen (mucho margen) de
su sectarismo en cuestiones de orden público, el gobierno republicano
fue muy miope a la hora de calcular tanto la violencia de la reacción de
la derecha como la fuerza relativa de uno y otro bando. Era un gobierno
legítimamente constituido, pero no basta con ser un gobernante legítimo
para ser un buen gobernante. Y los rebeldes no tenían la ley de su
parte, pero tenían algo mejor: la fuerza, que es la que instituye la ley
en caso de duda. Una ley sectaria, claro, una vez el enemigo estaba
bien derrotado y masacrado; cuarenta años de paz sectaria y
monopartidismo. Lo más irónico es el nombre del partido del estatismo
estatal: el Movimiento.
Los gobiernos republicanos se
constituyeron, como todos los gobiernos democráticos, con una mayoría de
votos que, ya con el dominio de un partido o con alianzas estratégicas
entre partidos, deja apartado fuera del gobierno ya sea al segundo
partido más votado, o al más votado. Este procedimiento de alternancia
entre partidos es el que viene rigiendo desde el desarrollo del sistema
parlamentario moderno en la Inglaterra del siglo XVII, con las intrigas y
confrontaciones entre Whigs y Tories. Es lo que entendemos por
democracia. Esta palabra no es un concepto: es una palabra que significa
"gobierno del pueblo", pero el pueblo nunca gobierna; gobiernan sus
representantes elegidos, elegidos de maneras muy diferentes y por
sectores de la población muy diferentes en la antigua Grecia y en las
democracias occidentales modernas. Quizá habría que llamarlo en la
práctica "partitocracia", o "politicocracia", o "representanticracia".
En
cualquier caso, el sistema democrático encuentra no sólo aceptable,
sino más bien indiscutible, que el gobierno debe corresponder a un
partido, o a una alianza de partidos, con exclusión de aquellos que no
entran en la alianza. Por tanto, aunque las elecciones son
"democráticas", y también lo es la composición del Parlamento, el
gobierno no es "democrático", es "mayoricrático". Así, en las últimas
elecciones gallegas, el partido que ganó las elecciones por un amplísimo
margen, el PP, no puede constituir gobierno, porque el gobierno se
constituye con una mayoría de votos ,y los socialistas más los
nacionalistas suman mayoría. Conversamente, estos socialistas y
nacionalistas, que ahora tienen por vez primera la mayoría de
representantes, le tenían muchas ganas al gobierno del PP porque desde
la noche de los tiempos todos los votos de ellos, la práctica mitad de
la población gallega, no han conseguido darles una participación en el
gobierno. Esto es el funcionamiento habitual de la partitocracia. Más
inhabitual es aquel famoso pronunciamiento de Rodríguez Zapatero con
ocasión de las elecciones generales del año pasado: que había de formar
gobierno el partido que ganase las elecciones. Esto ya es más raro (y
vemos que, por ejemplo, no se aplica a las elecciones gallegas).
También, sin duda, se habría prestado a matices de haber podido
desplazar el PSOE al PP con la ayuda de otros grupos, aun siendo todos
menos votados que el PP. Pero como principio es un principio
interesante: que el partido más votado no se vea excluido del gobierno.
¿Suena lógico? Bueno, pues es una lógica que se contradice con otras
lógicas democráticas más potentes ahora mismo.
Otra cosa que
podría ser lógica en un mundo posible menos sectario: que los dos
partidos más votados tuviesen, obligatoriamente, que constituir gobierno
conjunto. No les gustaría, no... Pero quizá no hubiese más tensiones
dentro del gobierno de las que hay entre gobierno y oposición, y quizá
encontrasen más práctico dedicarse cada cual a su administración, y
hacerlo eficazmente, en lugar de inflar motivos de confrontación ante el
aburrimiento generalizado de la ciudadanía. ¿Sería tan disparatado que
se repartiesen las Consejerías gallegas, o los ministerios a nivel
nacional, el PSOE y el Partido Popular, con una cuota de poder
proporcional (y razonable por motivos de eficacia) para partidos más
minoritarios? Bien conocidos son los Presupuestos Generales del Estado,
las proporciones de gasto en cada partida y las cantidades que van a
cada ministerio. Más razonable, en una democracia (y no partitocracia)
sería que los partidos se viesen obligados a administrar una cantidad de
dinero público proporcional a los votos recibidos, o a los
representantes obtenidos (que no es lo mismo tampoco). Ahora, un partido
que haya obtenido los votos de, pongamos, el 25% de la población, y
tiro muy por lo alto, administra el 100% del dinero. Otra aplicación de
la máxima de Cristo, aquella de "tened y se os dará más".
El
sistema que propongo supondría una participación democrática
proporcional no sólo en el poder legislativo, a través del Parlamento,
sino en el poder ejecutivo, en la composición del Gobierno, o más
exactamente, en la proporción de fondos administrados. Sería, desde
luego, un sistema en el que la dinámica de confrontación entre partidos
seguiría otro tipo de derroteros. Quizá no fuese en el fondo muy
distinta, pero sí sería más democrático el gobierno (y no sólo el
Parlamento). Y habría menos espacio público para el sectarismo que
consume el 99% de las energías de los partidos. ¡Igual se reducía a un
80%! No parece mucho pedir. También se evitarían, o reducirían,
manipulaciones de otra índole, como las que llevan a cabo los partidos
nacionalistas como Esquerra Republicana, que influyen en la política
nacional en una proporción desmesurada a su número de votos. En el País
Vasco también sería diferente la actuación de un gobierno en el que por
ley hubiesen de participar los principales partidos del parlamento
vasco. Desde luego, en cualquiera de estos ámbitos, la capacidad de
acción del gobierno respondería más ajustadamente a la realidad del
país, y dejaría de verse como un comportamiento democráticamente
aceptable la exclusión sectaria de partidos muy votados. Actualmente, la
eventualidad de verse excluidos del poder ejecutivo, la certeza de que
han de tener o todo o nada, por las reglas de juego establecidas por el
sistema, es lo que acentúa el sectarismo que ya de por sí es inherente a
la existencia de partidos. Ese todo o nada, como todos los
todo-o-nadismos (o CASI todos los todo-o-nadismos,-jeje), es un elemento
de distorsión de la realidad. Este es uno de los aspectos
manifiestamente mejorables de la Constitución.
De este partidismo
ciego que envenena y distorsiona la vida pública surgen también las
lecturas sectarias de la Guerra Civil que tanta fortuna están haciendo
en las listas de libros más vendidos: versiones sectarias de la historia
que son impulsadas por los partidos. Estas falsificaciones de la
historia son posibles, y ventajosas, en un sistema político donde el
sectarismo es aceptable y rentable. Habría que buscar maneras de
moderarlo, y de convertir a los partidos en medios, y no fines, para el
gobierno. El sistema de gobierno por mayorías de partidos se creó en los
siglos XVII-XVIII. Parece que, con los medios de comunicación hoy
disponibles, podría mejorarse sustancialmente; cuesta creer que lo que
valía para el siglo XVIII siga siendo idóneo para el siglo XXI. ¿Habrá
algún partido que proponga alguna medida en este sentido? Es más que
dudoso. Y sin embargo puede que el sistema vaya rodando, lentamente,
hacia algo parecido.
1 comentario
José Angel -
No hay comentarios:
Publicar un comentario