Letras y Europa I
En el salón de actos de la biblioteca María Moliner (una de las
dos bibliotecas María Moliner que se inauguraron el mismo año en
Zaragoza–ay políticos...)–hay hoy un par de debates sobre "¿Ser de
letras en el siglo XXI?" - la reforma de las Humanidades y la
Convergencia Europea. Por la mañana han intervenido el Decano de
Filosofía y Letras y tres profesores de un grupo de Historia, sobre el
futuro de las Humanidades en la cultura y la Universidad. Por la tarde
está prevista la intervención del director de la Aneca y el del ICE, más
centrada en la reforma de los títulos.
En el debate de por la
mañana había buenas palabras sobre la necesidad de las Humanidades y de
una educación humanizada, y de ser optimistas sobre el futuro de
nuestros estudios, pero he echado en falta una mayor atención al
contexto preciso en el que estamos ahora. Claro que habiéndose aprobado
el grado de Historia del Arte hay, presumiblemente, más tranquilidad
entre los inquietos. Pero he visto a los intervinientes desconcertados
ante la perspectiva de la Universidad de la Rentabilidad Socioeconómica,
de la Universidad de la Formación Profesional, y sin muchos argumentos
que oponerle. Y eso que nadie ha hablado a favor de ésta última...
Han echado en falta mayor comunicación entre las disciplinas, incluso
con alusiones triviales y cuadriviales a la Edad Media. Ignoramos todos
lo que hacen nuestros colegas, somos compartimentos estancos, y no nos
comunicamos con la Sociedad. De las palabras del Decano sobre la reforma
de la Universidad me ha llamado la atención lo que ha dicho sobre las
universidades de calidad (de calidad auténtica, no de calidad estándar
como la que se está imponiendo ahora). Citando a Oxford y a Cambridge,
ha dicho que seguramente sus autoridades están tomando las medidas
necesarias para que la convergencia europea no les obligue a conducir su
actividad por un camino por el que no deseen ir. (Y yo que me huelo muy
mucho que en Oxford y Cambridge seguirán enseñando Filología Inglesa,
hagan lo que hagan en el resto de Europa... Claro que aquí podremos
enseñar Filología Española, y además catalana, vasca y gallega. La
inglesa se la dejaremos a los de Oxford y Cambridge. Pero, pequeño
detalle, ni el vasco, ni el español siquiera, van a ser el idioma
mundial en el siglo XXI).
Un estudiante boliviano ha
protestado contra las tasas elevadas, denunciándolas como un filtro para
privilegiados; se han comparado desfavorablemente con las francesas.
Otros estudiantes han comparado la mayor concienciación política de los
estudiantes de letras en Francia... y ha habido una pequeña desavenencia
entre un representante sindical y los estudiantes organizadores del
foro Sí a las Letras, parece que hay allí un debate en torno a si esta
movida ha de estar politizada o no. Si se politiza, se pierde público;
si no se politiza, se ignora el fondo de la cuestión, que se decide por
posturas políticas, me temo.
Otras intervenciones ha habido
llamando al optimismo y a la acción concienciada de cada uno en su campo
de influencia: "piensa global, actúa local". Beatriz ha hablado sobre
la reforma y los criterios de calidad denunciándolos como una
estandarización, con una imagen: la comida de la cantina habrá pasado
todos los controles de calidad, y la de mi casa no, pero a mí que no me
la cambien diciendo que la de calidad es la de la cantina... (Bajo el
lenguaje de la calidad, se oculta a veces lo contrario: la calidad
mínima, es decir, la estandarización de los productos. Cosa que te puede
resultar beneficiosa si partías de un nivel muy bajo, o tienes un pobre
autoconcepto. Pasa algo parecido con este lenguaje a lo que sucede
cuando en la LOU se nos decía que las Universidades Públicas tendrían un
mínimo de un 51% de funcionarios. La gente interpretó, me temo que
acertadamente, lo siguiente: "¡cómo, un MAXIMO de un 51% de
funcionarios!").
Otros intervinientes han denunciado que las
reformas siempre se hacen bajo el control de los profesores; el Dr. José
Luis Corral ha subrayado la importancia de que en estos planes de
estudio que se habrán de diseñar se cuente con la participación de los
alumnos.
Yo he intervenido, para hacer notar que un foro de
comunicación como éste debería existir de modo permanente en la
Facultad, y que no hay nada comparable. Los actos que se organizan no
sirven para estimular el intercambio de ideas y la reflexión entre los
distintos departamentos. La Universidad en general vive de espaldas a sí
misma, y de hecho prefiere no abrir muchas vías de comunicación consigo
misma. He puesto más ejemplos: cómo los Departamentos y Centros
supuestamente afectados por el recorte de titulaciones no han llevado el
tema, sin embargo, al Consejo de Gobierno de la Universidad para
intervenir en el proceso. Cómo no funciona el Rincón de Opinión de la
Universidad de Zaragoza– no hay mayor interés en que haya expresión e
intercambio de opiniones incontroladas de la comunidad universitaria.
Cómo la página web de la Facultad de Filosofía es totalmente opaca con
respecto a lo que sucede en la Facultad: no hay allí información sobre
actividades, ni sobre lo que se debate en las Juntas de Facultad... Si
ha de existir un foro de comunicación, no se puede hacer hoy en día
dando la espalda a la sociedad de la información. Los únicos que han
establecido un sistema electrónico de debate abierto sobre estas
cuestiones son los estudiantes de la plataforma Sí a las Letra.s Pues de
esto tenemos mucho que aprender, pero yo no veo a las instituciones
universitarias interesadas en lograr mayor transparencia y comunicación.
Se me ha echado en cara, entiendo, mi pesimismo y derrotismo,
diciendo que era una postura de derechas, y que sólo las personas que
comían todos los días podían permitirse el lujo de una actitud
derrotista y negativa. Yo desde luego he dicho que sí como todos los
días, y que no soy muy optimista está claro, creo. De derechas, pues no
sé. Todos los españoles somos de derechas vistos desde el otro lado de
la valla de Melilla, eso sí; los universitarios aún más. Segundo
capítulo, esta tarde.
Letras y Europa II
Mesa redonda esta tarde en Filosofía: presenta Carmelo Romero a
Javier Paricio (Instituto de Ciencias de la Educación, Universidad de
Zaragoza) y Francisco Marcellán (director de la ANECA).
Carmelo
Romero se felicita en la presentación de que no pinten tantos bastos
para las Humanidades en este momento como antes del verano, con la
restauración de los títulos de grado de Humanidades e Historia del Arte y
las mejores perspectivas para (algunas) Filologías. Hace notar la poca
consistencia de las políticas del gobierno y la nula explicación de las
decisiones hechas y deshechas, así como la importancia que han tenido
las movilizaciones, aunque algunos cuestionábamos su capacidad de
influencia. Es imprescindible la lucha para defender lo que vemos
peligrar.
Javier Paricio se centra en la reforma universitaria
prevista desde el punto de vista de la teoría pedagógica: en lugar de
clases magistrales y repetición de conocimientos, aprendizaje activo
mediante tareas concretas y trabajos dirigidos. Enfatiza que el profesor
dará menos clases, pero a cambio trabajará mucho más en la organización
del aprendizaje, en otro tipo de docencia. Las clases son un medio, no
un fin, un medio que puede tener su lugar en el nuevo sistema pero que
perderá centralidad. Yo me pregunto, y le pregunto, si con todo lo que
haya de razón en los modelos pedagógicos que expone, no se nos estará
vendiendo un modelo de universidad como Formación Profesional, en el que
los estudiantes se ven sustituidos por aprendices. ¿Y será eso la
Universidad? La Universidad se ha articulado hasta ahora en torno a
áreas de conocimiento (en la última reforma, en mi área, Filología
Inglesa, se obtenía una titulación en Filología Inglesa). Ahora esto
cambia, pero no está clara la manera en que la organización de la
Universidad se adaptará a estos cambios. Insiste Javier Paricio, sin
embargo, en que el aprendizaje activo no tiene que confundirse con una
"formación profesional" entendida de modo estrictamente utilitario; la
misma teoría es aplicable a estudios más académicos, o a formación en
tareas de investigación. Queda la incógnita, empero, visto el énfasis
que pone Javier Paricio en el mucho mayor trabajo que supone esto para
profesores y alumnos, y los costes económicos que conlleva, de quién
pagará la diferencia, o el pato.
Francisco Marcellán explica los
distintos aspectos del desarrollo del Espacio Europeo de Educación
Superior. Deslinda lo que son acuerdos entre Estados del papel mucho más
limitado de las directrices de la Unión Europea: este espacio involucra
a muchos más países además de la Unión Europea, unos cuarenta y cinco, y
se extiende geográficamente hasta las repúblicas del Cáucaso. Es
importante saber que los títulos los seguirán expidiendo los Estados, y
este proceso no entra en cuestiones sobre la especificidad de qué
titulaciones deben existir (nótese, observo, que queda así de manifiesto
la manipulación obscena que se hizo del proceso de convergencia europea
en el Consejo de Coordinación Universitaria, y muy especialmente en la
Subcomisión de Humanidades). Explica la lógica de la estructura en tres
ciclos, y las razones de eficiencia y calidad que llevan a ello: en
España las carreras son demasiado largas y no garantizan la formación
adecuada; deberá haber Másters a precios públicos, y los proyectos de
investigación de las Universidades habrán de buscar financiación
adicional, cosa que ya se hace ahora pero de forma un tanto
descontrolada. Hay razones de control económico de los fondos públicos
que también llevan a esta convergencia. Por otra parte, está el asunto
del negocio de la educación, los miles de universidades privadas que
aparecen con escasos controles en el ámbito de influencia
norteamericano. El Espacio Europeo es una manera de defender el sistema
europeo adaptándolo a un mercado de trabajo globalizado, pero sin abrir
las puertas a las franquicias de universidades americanas. De momento al
menos. A la larga, se trasluce que nos espera la libre circulación de
servicios, incluyendo los negocios de la educación.
Las preguntas
del público manifiestan inquietud por la "mercantilización" de la
Universidad, y la incógnita de los precios públicos, que en la
actualidad parecen excesivos. Sostiene Francisco Marcellán la fuerte
subvención que tiene la educación pública para el contribuyente, y la
dudosa eficacia de su organización actual. Enfatiza la necesidad de una
política de becas (pero no informa de si hay en marcha planes
espectaculares para implementar esto). Insiste en que no se puede culpar
a los estudiantes, "que no estudian", de la extravagante duración de
los estudios en España, con carreras largas que se alargan con años
suplementarios... A mí también me queda una duda, y es que con el nuevo
sistema ¿se aprobará a todo el mundo por decreto, o con sistemas en los
que resulte realmente difícil suspender? ¿Todo el mundo terminará las
carreras de tres años en tres años? ¿Y qué hace suponer que esas
carreras de tres años, con todos los alumnos al paso y sin fracaso
académico por decreto, vayan a proporcionar una formación mejor que las
actuales? A mí, francamente, nada me lo hace suponer.
Los másters
actuales son negocios privados, sin valor oficial, pero para mis
sorpresa dice Francisco Marcellán que seguirán coexistiendo los actuales
Másters no oficiales con los oficiales (a precios públicos en el caso
de las Universidades Públicas). ¡Todos se llamarán Máster! Le pregunto
si eso no es invitar a la confusión y a los equívocos; un profesor
responde que competirán libremente, y que la empresa no necesariamente
requiere titulaciones oficiales. Está claro que sí vamos al modelo
americano. Igual que tenemos a los negros de Melilla intentando saltar
la valla, tenemos a los másters americanos saltándose la valla del
Espacio Europeo de Educación Superior, me parece, por el otro extremo. Y
aunque la comparación sea ofensiva, las dos tienen una raíz común: la
economía globalizada...
Dice Francisco Marcellán que la
Universidad tiene el reto de participar en la transformación que está
sufriendo la educación superior, o quedarse al margen (lo cual realmente
no es opción). El problema aún es más espinoso, creo. ¿Puede la
Universidad jugar al juego del mercado de la educación, y seguir siendo
la Universidad? Quizá nos apoderemos de un pedazo de la tarta educativa,
pero ¿valdrá la pena si para eso se macdonaldiza el espacio acotado
para el estudio y el pensamiento no inmediatamente utilitario que ha
sido tradicionalmente la Universidad? La veo desde las Humanidades,
claro, que es de lo que iban estas jornadas, y, como se ha dicho aquí,
se ven sometidas a un modelo tecnológico y economicista del aprendizaje y
de la medición de la calidad y rentabilidad que les resulta
especialmente dañino y desconcertante.
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José Angel -
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