Rayuela 104
Al pasar por un kiosco, después de dejar a los críos en el cole,
compro el primer volumen de las Obras completas de Cortázar, y voy
leyendo al sol y andando y pisando charcos:
104. La vida, como un comentario de otra cosa que no alcanzamos, y que está ahí al alcance del salto que no damos.
La vida, un ballet sobre un tema histórico, una historia sobre un hecho vivido, un hecho vivido sobre un hecho real.
La vida, fotografía del número, posesión en las tinieblas (¿mujer,
monstruo?), la vida, proxeneta de la muerte, espléndida baraja, tarot de
claves olvidadas que unas manos gotosas rebajan a un triste solitario.
Ficción existencialista. Ponte un blog, Morelli. Casi me atropella un
coche. Yo ya leí esto, lo sé porque que leí Rayuela, pero no me acuerdo.
Lo pienso como si fuera mío, sin embargo. ¿Me acuerdo? Podría haberlo
escrito creyendo que era mío. Pero fue de Cortázar antes. El intertexto
interno. Veinticinco años. Los átomos ganchudos de la memoria, cómo lo
decía Lowes. Coleridge. Estamos hechos de retazos. Esto es un libro
total, un libro extremo, poem unlimited. Me ha tenido que
influir. Estoy hecho de esto, sin duda. Pero no me acuerdo. No me
acuerdo porque lo soy. No, estúpido, la memoria es más débil que todo
eso. Por una oreja me entra y por la otra me sale. La vida ya era así
antes, nunca tan bien dicho. Ahora es más así. Ha relativizado nuestra
perspectiva sobre el mundo (todos somos Hamlet ahora). Nos vemos todos
desde la calle haciendo piruetas en lo alto. Ese instante. Por eso
siento que sos mi doppelgänger. Consultá a Dostoyevski para eso de las sustituciones.
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