Contra el método
Me estaba leyendo Contra el método, de Feyerabend, en el
parque Pignatelli; una tarde magnífica, con los críos jugando con los
toboganes y los karts. Dice Feyerabend lo siguiente sobre lo que Pascal
llamaría el "espíritu geométrico" de las disciplinas científicas.
Tal
y como hoy se conoce, la educación científica tiene este propósito, que
consiste en llevar a cabo una simplificación racionalista del proceso
"ciencia" mediante una simplificación de los que participan en ella.
Para ello se procede del siguiente modo. Primeramente, se define un
dominio de investigación. A continuación, el dominio se separa del resto
de la historia (la física, por ejemplo, se separa de la metafísica y de
la teología) y recibe una "lógica" propia. Después, un entrenamiento
completo en esa lógica condiciona a aquellos que trabajan en el dominio
en cuestión para que no puedan enturbiar la pureza (léase la
esterilidad) que se ha conseguido. En el entrenamiento, una parte
esencial es la inhibición de las intuiciones que pudieran llevar a hacer
borrosas las fronteras. la religión de una persona, por ejemplo, o su
metafísica, o su sentido del humor no deben tener el más ligero contacto
con su actividad científica. Su imaginación queda restringida e incluso
su lenguaje deja de ser el que le es propio. (Paul Feyerabend, Contra el método, Prefacio).
Mi
cabeza, creo, es tanto metodológica como antimetodológica (lo cual
debe, en conjunto, ser antimetodológico). Al menos esto me parece
colegir de un relato que he encontrado hoy entre los viejos papeles y
que precisamente esta mañana había enredado en el website a título de
curiosidad. Es una redacción que escribí hacia 1981 como deberes para la
asignatura de lengua inglesa. Me parece que manifiesta ciertas
simpatías antimetodológicas. Aquí va una traducción improvisada.
Hablando de bigotes
Levanté
la vista de unas fotografías y grabados de Nietzsche que tenía sobre la
mesa del despacho y bostecé. No es que me aburriera, sólo que estaba
agotado después de varias horas de trabajo. Le saludé con la mano a
Martin, un mienbro del Club de Fans del Bigote de Nietzsche que
precisamente pasaba por delante de mi puerta. No es que me cayese
especialmente bien, pero le hubiera hablado a cualquiera en ese momento.
Estaba preparando un trabajo sobre la sección inferior izquierda del
bigote, y le informé de mi último descubrimiento: ¡dos pelos ligeramente
rojizos, plantados uno al lado del otro!
Sabía que no era un
tema que le fuese a despertar un interés especial. Él seguía una escuela
nueva que estudiaba problemas generales como la suavidad o brillo del
bigote de Nietzsche en su conjunto, en lugar de secciones aisladas. Pero
me llevé una sorpresa cuando me dijo que yo no tengo ni idea del asunto
en el que trabajo. Según él, me faltaba una conocimiento general de los
hechos, una perspectiva de conjunto. Se preguntaba si yo tenía
conocimientos sobre la nariz de Nietzsche, o sus labios. Le repliqué que
había muchos especialistas trabajando en esas áreas; expliqué que si
tuviese que estudiar el conjunto del bigote de Nietzsche y además las
regiones faciales colindantes, me podía pasar más de una vida en ello.
Añadí que sería trabajo de personas de más luces que yo el extraer
conclusiones generales de los datos que yo y tantos otros
nietzschebigotólogos extraíamos del material disponible.
Debió
pensar que me refería a él, porque se ruborizó y me contó con aires de
secreto que él mismo era un diletante en esos terrenos inexplorados.
Fingí algo de interés – no mucho; ya conozco a este tipo de individuo,
el típico aspirante a genio que espera que veas en él al hombre
brillante que él mismo finge no ver. Me preguntó entonces si yo me había
preguntado alguna vez, para empezar, por qué Nietzsche se había dejado
bigote. Sonreí y me declaré demasiado ignorante para resolver asuntos
tan elevados. Pero, ¿seguramente él sí conocía la respuesta?
Bueno,
nunca se sabía, pero él había estudiado algo sobre las mandíbulas de
Nietzsche... Solté un resoplido de admiración. (¡Mico pedante!). En
resumen, él creía que los incisivos de Nietzsche estaban
desproporcionadamente hipertrofiados; que también sufría de protrusión
canina y probablemente sus labios estaban todos retorcidos y cubiertos
de bubones y callosidades. ¡Vamos, que el bigote era sólo una cortina!
Me miraba con cara de expectativas, con los ojos muy abiertos y sudor
por toda la cara. Murmuré unas palabras de aprobación y dije algo sobre
que tenía que terminar un trabajo antes de la hora de comer. Sonrió
salvajemente y dijo que ya entendía. Se dirigía a la puerta; yo ya no me
pude aguantar más y se me salió un bufido de risa. Se volvió con rabia,
y me chilló una grosería. Yo le contesté en términos similares, y le
tiré un cenicero; le rompió el parietal derecho.
No me gustan esos metafísicos.
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