El hombre descentrado
En la última clase de comentario de textos literarios
("literáreos", me escribe una alumna), vemos un curioso texto del Ensayo
sobre el Hombre y la Mujer, de Pope. Es sobre el antropocentrismo, otra
variante de la fea vánity. Vamos allá con una traducción libre... me
salto los pentámetros yámbicos y los pareados heroicos.
Si
preguntas con qué finalidad brillan los astros, o para quién está hecha
la Tierra – el Orgullo contesta, "Para mí. Para mí la amable naturaleza
despierta su virtud animadora, cría cada hierba y expande cada flor.
Anualmente, para mí, la uva y la rosa renuevan su jugo de néctar y su
rocío perfumado; para mí, la mina trae mil tesoros, para mí brota la
salud por mil manantiales; los mares con su oleaje me mecen, los soles
despuntan para alumbrarme; la Tierra es mi taburete; los cielos mi
dosel."
Pero,
¿no se desvía la Natureza de este gentil propósito cuando los
terremotos se tragan, o cuando las tempestades barren, ciudades a una
tumba común, naciones enteras a los abismos?
"No,"
replican, "la primera Causa Todopoderosa no actúa en base a leyes
parciales, sino generales; las excepciones o son pocas o ninguna;
algunos cambios desde que todo empezó – y ¿qué ha sido creado perfecto?"
–
¿Y porqué el hombre habría de ser una excepción? Si la gran finalidad
es la felicidad humana, entonces la naturaleza se desvía; ¿y puede el
hombre ser menos? Esa finalidad requeriría un orden fijo tanto en las
lluvias y el sol como en los deseos humanos; requeriría lo mismo eternas
primaveras y cielos sin nubes, como hombres siempre moderados, en calma
y sabios. Si las plagas o los terremotos no son excepciones al orden
establecido por el cielo, ¿porqué habrían de serlo un Borgia, o un
Catilina? ¿Quién sabe si acaso, el que da forma al rayo con su mano,
alza el océano, y da alas a la tormenta, acaso vierte también una fiera
ambición en la mente de un César, o da suelta al joven Alejandro para
que sea el azote de la humanidad? Del orgullo, de orgullo brota nuestro
razonamiento mismo. Explica pues los asuntos morales como los naturales:
¿por qué culpamos al Cielo de éstos, y le declaramos inocente de
aquéllos? En ambos, razonar bien es someterse. Quizá parecería mejor
para nosotros que allí todo fuese armonía, y aquí todo virtud; que nunca
el aire ni el océano notasen viento, que nunca una pasión descompusiera
la mente... pero TODO subsiste mediante una lucha elemental: y las
pasiones son los elementos de la vida. El ORDEN general, desde que todo
comenzó, lo sigue la naturaleza, y lo sigue el hombre.
(...)
El
cielo a todas las criaturas les oculta el libro del Destino, todas
menos la página prescrita, el estado presente: a las bestias oculta lo
que los hombres saben, a los hombres lo que los espíritus. Si no, ¿quién
podría soportar la existencia aquí abajo? El cordero que por tu fiesta
ha de sangrar hoy, si tuviese tu conocimiento, ¿saltaría y jugaría?
Contento hasta el fin, va comiendo flores y lame la mano que se acaba de
alzar para derramar su sangre. ¡Oh ceguera ante el futuro! Un don
generoso, para que todos podamos completar el círculo que nos ha marcado
el Cielo –que ve con ojo ecuánime, como Dios de todos, perecer a un
héroe, o caer un gorrión; átomos, o sistemas solares, lanzados a la
ruina; ve cómo revienta una burbuja, o un mundo. Ten, por tanto,
esperanzas humildes; alza el vuelo con alas temblorosas: espera al gran
docente, la Muerte, y adora a Dios. Si existe la dicha futura, no te
concede él saberlo; pero te da la esperanza de ella para que seas feliz
–ahora. La esperanza brota eterna en el corazón humano; el hombre nunca
conoce la dicha –que siempre está por venir en un futuro. El alma,
inquieta y presa separada de su hogar, descansa y se explaya en una vida
venidera.
Mira
al pobre indio, cuya mente ignorante ve a Dios en las nubes, o lo oye
en el viento. A su alma la orgullosa Ciencia nunca le ha enseñado a
alejarse hasta la órbita solar, o la Vía Láctea; sin embargo, la mera
Naturaleza le ha proporcionado la esperanza, detrás de la nube que
corona la colina, de un cielo más modesto, algún mundo más seguro
abrigado en lo hondo del bosque, alguna isla más dichosa perdida en las
aguas, donde los esclavos vuelven a ver una vez más su tierra nativa, y
no los atormentan demonios, ni hay allí cristianos sedientos de oro.
Simplemente el existir le contenta sus deseos naturales: no pide alas de
ángel, ni ardientes serafines; sino que piensa que, admitido en ese
cielo igualitario, su perro fiel le hará compañía.
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