Un fragmento un tanto reflexivo de Blanquerna, de Raimundo Lulio, sobre las virtudes comparativas de la mística y de la literatura mística.... —para el místico, para el escritor y para el lector. Y para el escritor convertido en lector de sí mismo. En la fase final de su vida, el papa Blanquerna se dedica a la meditación y a la contemplación mística, y en un momento casi de self-begetting fiction, pone sobre papel su proceso contemplativo:
En esta contemplación decía Blanquerna "que la Esencia de su Amado era inconmutable, por cuanto comprendía y no era comprendida; y era inalterable, por cuanto era Eternidad; y era incorruptible, porque su Poder, Querer y Saber, su Virtud, Justicia y Perfección eran eternos y que por eso una tal y tan gloriosa Esencia debía ser tenida más a menudo en su memorar, entender y amar que cualquiera otra esencia o esencia".
Decía también "que el rey, por razón de su señorío, ni por sus fuerzas, bellezas, sabiduría, poder, justicia y demás cualidades, no es más cercano a la esencia humana ni es más hombre que el hombre de fea figura que es su vasallo y es hombre pobre y de poco poder y saber; y esto se manifiesta ser así por cuanto el rey puede privarse asimismo de todas estas cosas; pero no es así de la Esencia de Dios y de sus Virtudes; porque como sean una misma cosa la Esencia y las Virtudes, esto es, Bondad, Grandeza, Eternidad, Poder, Sabiduría, Amor, Perfección, etc., por esto es la Divina Esencia presencialmente en Virtud, en Sabiduría, Poder, Perfección y en todas las otras Dignidades pertenecientes a Ella; y en todo lugar y parte de Él, y en todo tiempo y por todo tiempo infaliblemente. Y esto no conviene sino solamente a la Voluntad de Dios; pues que ninguna otra cosa que no sea Dios no puede poseer las Virtudes de Dios, no puede ser su Esencia misma".
Por este modo y por otros muchos contemplaba Blanquerna la Esencia de Dios combinando las unas Virtudes con las otras, según su inteligencia, para tener muchas razones y nuevos modos, más abundante materia para contemplar la Esencia de Dios. Y cuando hubo finido su oración escribió lo que había contemplado, y después leyó lo que había escrito, y no sintió tanta devoción mientras lo leía como cuando lo contemplaba. Y por esto la contemplación no es tan devota en leyendo el libro como lo es contemplando las razones escritas en él; y la razón es porque en la contemplación el alma asciende más altamente a memorar, entender y amar la Divina Esencia (por cuanto habla con Dios sin medio) que no cuando lee lo que ha contemplado, y porque devoción se conviene mejor con contemplación que con escritura.
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