Harold Pinter: Arte, verdad y política
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diciembre de 2005, a las 17,30 (hora de Suecia). La publicación en forma
no resumida en revistas o en libros requiere autorización de la
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se tendrá en cuenta este aviso de copyright subrayado.
HAROLD PINTER: ARTE, VERDAD, Y POLÍTICA
En 1958 escribí lo siguiente:
"No
hay distinciones absolutas entre lo que es real y lo que no lo es, ni
entre lo que es verdadero y lo que es falso. Una cosa no es
necesariamente o verdadera o falsa; puede ser a la vez verdadera y
falsa."
Creo que estas afirmaciones todavía tienen sentido y
todavía son aplicables a la exploración de la realidad por medio del
arte. Me atengo a lo que allí afirmé en tanto que escritor, pero en
tanto que ciudadano no puedo. En tanto que ciudadano tengo que
preguntar: ¿qué es cierto? ¿qué es falso?
En el drama la verdad
es perpetuamente escurridiza. Nunca se encuentra del todo, pero la
buscamos de modo compulsivo. Es un empeño claramente guiado por la
búsqueda en sí. Nuestra tarea es buscar. Lo que suele suceder es que
damos con la verdad por casualidad, a tientas en la oscuridad, chocando
con ella, o viendo una imagen fugaz o una forma que parece
corresponderse con la verdad, a veces sin que ni siquiera nos demos
cuenta de ello. Pero la auténtica verdad es que nunca existe tal cosa –
que en arte dramático se pueda hallar una única verdad. Hay muchas.
Estas verdades se desafían unas a otras, retroceden unas ante otras, se
reflejan, se ignoran, se provocan, o son ciegas unas para otras. A veces
nos parece que tenemos la verdad de un momento en la mano, y entonces
se nos escurre de entre los dedos y se pierde.
Me han preguntado
muchas veces de dónde salen mis obras de teatro. No lo sé decir. Tampoco
puedo nunca resumirlas, como no sea para decir que sucedía tal cosa.
Eso es lo que decían. Esto es lo que hacían.
La mayoría de las
piezas se engendran a partir de una línea, una palabra o una imagen.
Muchas veces una determinada palabra va seguida al poco tiempo por la
imagen. Pondré dos ejemplos de dos líneas que me vinieron de golpe a la
cabeza, seguidas por una imagen, y seguidas por mí.
Las obras
son El retorno al hogar (The Homecoming) y Viejos tiempos (Old Times).
La primera línea de El retorno al hogar es "Qué has hecho con las
tijeras?". La primera línea de Viejos tiempos es "Oscuro."
No tenía más información en ninguno de los dos casos.
En
el primer caso, alguien obviamente estaba buscando unas tijeras y le
preguntaba por su paradero a alguien que sospechaba las podía haber
robado. Pero de alguna manera sabía yo que a la persona a quien hablaba
no le importaban un bledo ni las tijeras ni tampoco la persona que
preguntaba.
"Oscuro" lo tomé como la descripción del cabello de
alguien, el cabello de una mujer, y era la respuesta a una pregunta. En
los dos casos me ví obligado a desarrollar más el asunto. Esto sucedió
de modo visual, un fundido muy lento, pasando de la sombra a la luz.
Siempre empiezo una pieza llamando a los personajes A, B y C.
En
la pieza que acabó siendo El retorno al hogar ví a un hombre entrar en
una habitación desoladora y hacerle esta pregunta a un hombre más joven
sentado en un sofá feo, leyendo un periódico deportivo. En cierto modo
sospechaba que A era el padre y B era su hijo, pero no tenía pruebas.
Esto se confirmó poco después, sin embargo, cuando B (que luego sería
Lenny) le dice a A (más tarde Max), "Papá, ¿te importa si cambio de
tema? Quiero preguntarte una cosa. La cena que hemos tomado antes, cómo
se llama eso? ¿Qué nombre tiene? ¿Por qué no te compras un perro? Eres
un cocinero para perros. En serio. Te parece que les haces la cena a un
montón de perros". Así que si B llama a A "papá", me parecía razonable
suponer que eran padre e hijo. Estaba claro también que A era el
cocinero y que sus guisos no parecían ser muy apreciados. ¿Quería esto
decir que no había madre? No lo sabía. Pero, me dije en su momento, en
los comienzos nunca conocemos a los finales.
"Oscuro". Una
ventana grande. Se ve el cielo a la caída de la tarde. Un hombre A (más
tarde sería Deeley) y una mujer, B (más tarde sería Kate), sentados con
bebidas. "¿Gorda o delgada?" pregunta el hombre. ¿De quién hablan? Pero
entonces veo, de pie junto a la ventana, a una mujer, C (que más tarde
sería Anna), con otra iluminación, dándoles la espalda, con el pelo
oscuro.
Es un momento extraño, el momento de crear personajes que
hasta ese momento no han tenido existencia. Lo que sigue es algo
caprichoso, incierto, incluso alucinatorio, aunque a veces puede ser una
avalancha imparable. El autor se encuentra en una posición extraña. En
cierto sentido sus personajes no le dan la bienvenida. Se le resisten,
no es fácil convivir con ellos, son imposibles de definir. Por supuesto
no se les puede dictar nada. Hasta cierto punto, juegas un juego
interminable con ellos, al gato y al ratón, a la gallina ciega, al
escondite. Pero al fin te das cuenta de que tienes entre manos a gente
de carne y hueso, gente con voluntad y sensibilidad propia e individual,
compuesta de partes imposibles de cambiar, manipular o distorsionar.
Así
pues, la lengua en el arte sigue siendo una transacción muy ambigua,
arenas movedizas, un trampolín, un estanque helado que podría ceder bajo
tu peso, el del autor, en cualquier momento.
Pero, como he
dicho, la búsqueda de la verdad no puede cesar. No puede aplazarse, no
puede postponerse. Hay que enfrentarse a ella, aquí y ahora.
El
teatro político presenta una serie de problemas enteramente distintos.
Hay que evitar a toda costa sermonear. La objetividad es esencial. Hay
que dejar respirar a los personajes. El autor no puede confinarlos y
constreñirlos para satisfacer sus propios gustos, o disposiciones, o
prejuicios. Debe estar dispuesto a acercarse a ellos desde diversos
ángulos, desde una variedad amplia y desinhibida de perspectivas, alguna
vez, quizá, deba cogerlos por sorpresa, pero dándoles sin embargo la
libertad de elegir el camino que quieran. Esto no siempre da resultado. Y
la sátira política, naturalmente, no se atiene a ninguno de estos
preceptos; de hecho hace exactamente lo contrario, que es su propia
función.
En mi obra La fiesta de cumpleaños (The Birthday Party)
creo que dejo que un abanico amplio de opciones actúe en un bosque
espeso de posibilidades, antes de centrarlas, por fin, en un acto de
subyugación.
La lengua de la montaña (Mountain Language) no
aspira a un abanico tan amplio en su acción. Resulta ser brutal, breve y
fea. Pero a los soldados de la obra sí que les proporciona cierta
diversión. Uno se olvida a veces de que los torturadores se aburren con
facilidad. Necesitan unas pocas risas para mantenerse animados. Esto se
ha confirmado, claro, con los sucesos de Abu Ghraib en Bagdad. La lengua
de la montaña dura sólo veinte minutos, pero podría seguir hora tras
hora, y más y más, con la misma dinámica repetida una y otra vez, más y
más, hora tras hora.
Polvo al polvo (Ashes to Ashes), en cambio,
me parece que tiene lugar bajo el agua. Una mujer que se ahoga, sacando
la mano entre las olas, hundiéndose, desapareciendo, tendiendo la mano a
otros, pero sin encontrar a nadie, ni fuera ni bajo el agua,
encontrando sólo sombras, reflejos, flotando, una figura perdida la
mujer en un paisaje que se ahoga, una mujer incapaz de escapar a un
final que parecía destinado sólo a otras personas.
Pero igual que ellos murieron, también ella debe morir.
El
lenguaje político, tal como lo usan los políticos, no se aventura para
nada en este territorio, ya que la mayoría de los políticos, según la
evidencia disponible, no están interesados en la verdad sino en el
poder, y en mantenerlo. Para mantener el poder es esencial que la gente
permanezca ignorante, que vivan ignorando la verdad, incluso la verdad
de sus propias vidas. Lo que nos rodea, por tanto, es un inmenso tapiz
tejido de mentiras de las que nos alimentamos.
Como sabe cada uno
de los aquí presentes, la justificación para la invasión de Iraq fue
que Saddam Hussein poseía un complejo altamente peligroso de armas de
destrucción masiva, algunas de las cuales podían dispararse en 45
minutos, provocando una devastación atroz. Se nos aseguró que esto era
cierto. No era cierto. Se nos dijo que Iraq tenía relación con Al Quaeda
y compartía la responsabilidad de la atrocidad cometida en Nueva York
el 11 de septiembre de 2001. Se nos aseguró que esto era cierto. No era
cierto. Se nos dijo que Iraq era una amenaza para la seguridad del
mundo. Se nos aseguró que esto era cierto. No era cierto.
La
verdad es algo completamente distinto. La verdad tiene que ver con la
manera en que Estados Unidos entiende su papel en el mundo, y cómo elige
llevarlo a efecto.
Pero antes de volver al presente querría
echar una mirada al pasado reciente; me refiero con esto a la política
exterior estadounidense desde el final de la Segunda Guerra Mundial.
Creo que tenemos la obligación de examinar este periodo siquiera sea
someramente, que es todo lo que el tiempo nos permite aquí.
Todo
el mundo sabe lo que sucedió en la Unión Soviética y en toda Europa del
Este durante el período de posguerra: la brutalidad sistemática, las
abundantes atrocidades, la supresión férrea del pensamiento
independiente. Todo esto se ha documentado y verificado de modo
exhaustivo.
A lo que voy aquí es que los crímenes de los EE.UU.
en el mismo período se han registrado sólo de un modo superficial; no se
han documentado, y cuánto menos se han confesado, cuánto menos se han
identificado siquiera como tales crímenes. Creo que esta cuestión debe
tratarse, y que la verdad sobre ella tiene una relación bastante directa
con la situación actual del mundo. Aunque constreñidos hasta cierto
punto por la existencia de la Unión Soviética, las acciones de Estados
Unidos por todo el mundo dejaron claro que habían concluido que tenían
carta blanca para hacer lo que gustasen.
La invasión directa de
un estado soberano nunca ha sido, de hecho, el método favorito de
América. En general han preferido lo que han descrito como "conflictos
de baja intensidad". "Conflictos de baja intensidad" significa que
mueren miles de personas, pero más despacio que si les echases encima
una bomba a todos de golpe. Significa que infectas el corazón del país,
que estableces un tumor maligno y miras cómo florece la gangrena. Cuando
el populacho ha sido sometido – o lo has matado a palos – viene a ser
lo mismo – y los que son tus amigos, los militares y las grandes
empresas, están cómodamente instalados en el poder, vas ante las cámaras
y dices que la democracia ha triunfado. Esto era un lugar común de la
política exterior estadounidense en los años a los que me refiero.
La
tragedia de Nicaragua fue un caso muy significativo. Quiero presentarlo
aquí como un ejemplo elocuente de la manera en que América concibe su
papel en el mundo, tanto entonces como ahora.
Yo estuve presente en una reunión de la embajada norteamericana en Londres a finales de los ochenta.
El
Congreso de los Estados Unidos estaba a punto de decidir si dar más
dinero a los contras en su campaña contra el Estado de Nicaragua. Yo era
miembro de una delegación que hablaba a favor de Nicaragua, pero el
miembro más importante de la delegación era un tal Padre John Metcalf.
Encabezaba la delegación estadounidense Raymond Seitz (entonces era el
número dos de la embajada, luego fue embajador en persona). El Padre
Metcalf dijo, "Señor, yo estoy a cargo de una parroquia del norte de
Nicaragua. Mis feligreses han construido una escuela, un centro de
salud, un centro cultural. Hemos vivido en paz. Hace unos pocos meses,
los contras atacaron la parroquia. Destruyeron todo: la escuela, el
centro de salud, el centro cultural. Violaron a las enfermeras y
maestras, masacraron a los médicos, de la manera más brutal. Se
comportaron como salvajes. Por favor, exija que el gobierno de los
EE.UU. retire el apoyo a estos actos terroristas inaceptables".
Raymond
Seitz tenía muy buena reputación como persona racional, responsable,
culta y refinada. Era muy respetado en los círculos diplomáticos.
Escuchó, calló un momento y luego habló con cierta gravedad. "Padre",
dijo, "Me va a permitir que le diga una cosa. En la guerra, siempre
sufren los inocentes". Hubo un silencio glacial. Lo miramos fijamente.
No movió un músculo.
En efecto, siempre sufren los inocentes.
Por
fin alguien dijo: "Pero en este caso ’los inocentes’ eran víctimas de
una atrocidad horripilante subvencionada por el gobierno de usted, una
entre muchas. Si el Congreso concede más dinero a los contras, tendrán
lugar más atrocidades de este tipo. ¿Acaso no es así? ¿No es por tanto
su gobierno culpable de apoyo a actos de asesinato y destrucción en la
persona de los ciudadanos de un Estado soberano?
Seitz siguió impertérrito. "No estoy de acuerdo en que los hechos tal como se han presentado apoyen estas afirmaciones", dijo.
Mientras salíamos de la embajada, un auxiliar me comentó que le gustaban mis obras de teatro. No contesté.
Hay
que recordar que por entonces el presidente Reagan hizo la siguiente
aseveración: "Los contras son el equivalente moral de nuestros Padres
Fundadores".
Los Estados Unidos apoyaron la brutal dictadura de
Somoza en Nicaragua durante más de cuarenta años. El pueblo
nicaragüense, liderado por los sandinistas, derrocó este régimen en
1979, en una revolución popular impresionante.
Los sandinistas no
eran perfectos. Tenían su buena dosis de arrogancia y su filosofía
política contenía diversos elementos contradictorios. Pero eran
inteligentes, racionales y civilizados. Emprendieron la tarea de
establecer una sociedad estable, decente y plural. Se abolió la pena de
muerte. Devolvieron la vida a cientos de miles de campesinos
empobrecidos. Más de cien mil familias obtuvieron títulos de propiedad
de tierras. Se construyeron dos mil escuelas. Una impresionante campaña
de alfabetización redujo el analfabetismo de la nación a menos de una
séptima parte. Se instauró la educación gratuita y un servicio de
sanidad gratuito. La mortalidad infantil se redujo en un tercio. Se
erradicó la polio.
Los Estados Unidos denunciaron estos logros
como una subversión marxista/leninista. A los ojos del gobierno de los
EE.UU., se estaba dando un ejemplo peligroso. Si se permitía que
Nicaragua estableciese normas básicas de justicia social y económica, si
se permitía que elevase el nivel de atención sanitaria y de educación y
que alcanzase la unidad social y su dignidad nacional, los países
vecinos harían las mismas preguntas y querrían las mismas cosas. Había
en ese momento, claro, una feroz resistencia contra el status quo en El
Salvador.
He mencionado antes "un tapiz tejido con mentiras" que
nos rodea. El presidente Reagan solía describir a Nicaragua como una
"mazmorra totalitaria". Esto era aceptado por los medios en general, y
ciertamente por el gobierno británico, como un comentario justo y acorde
con la realidad. Pero de hecho no hubo informes sobre escuadrones de la
muerte bajo el gobierno sandinista. No hubo informes sobre tortura. No
hubo informes sobre brutalidad militar oficial o sistemática. Jamás se
asesinaban sacerdotes en Nicaragua. De hecho había tres sacerdotes en el
gobierno, dos jesuitas y un misionero de Maryknoll. En realidad, las
mazmorras totalitarias estaban en la puerta de al lado, en El Salvador y
Guatemala. Los Estados Unidos habían derrocado el gobierno
democráticamente elegido de Guatemala en 1954 y se calcula que más de
200.000 personas habían sido víctimas de las sucesivas dictaduras
militares.
Seis de los jesuitas más destacados del mundo fueron
salvajemente asesinados en la Universidad Centroamericana de San
Salvador en 1989, por un batallón del regimiento Alcatl entrenado en
Fort Benning, Georgia, EE.UU. Aquel hombre extremadamente valeroso, el
arzobispo Romero, fue asesinado mientras decía misa. Se calcula que
murieron 75.000 personas. ¿Por qué las mataron? Las mataron porque
creían que era posible una vida mejor, y debía conseguirse. Esa creencia
los identificaba inmediatamente como comunistas. Murieron porque se
atrevieron a cuestionar el status quo, la extensión sin fin de pobreza,
enfermedad, degradación y opresión que habían heredado al nacer.
Los
Estados Unidos derrocaron por fin al gobierno Sandinista. Costó algunos
años y considerable resistencia pero una persecución económica sin
tregua y 30.000 muertos finalmente minaron la determinación del pueblo
nicaragüense. Estaban exhaustos, y la pobreza había golpeado de nuevo.
Volvieron los casinos al país. Se acabaron la sanidad y la educación
gratuitas. Volvió la gran empresa con fuerzas redobladas. La
"democracia" había triunfado.
Pero esta "política" en modo alguno
se restringió a Centroamérica. Se ejerció por todo el mundo. Era
inacabable. Y era además como si no hubiese tenido lugar.
Los
Estados Unidos apoyaron y en muchos casos engendraron a cada una de las
dictaduras derechistas del mundo tras el fin de la Segunda Guerra
Mundial. Me refiero a Indonesia, Grecia, Uruguay, Brasil, Paraguay,
Haiti, Turquía, Filipinas, Guatemala, El Salvador, y por supuesto Chile.
El horror que los Estados Unidos infligieron a Chile en 1973 no puede
purgarse ni perdonarse jamás.
Hubo cientos de miles de muertes en
estos países. ¿Ocurrieron? ¿Y son en todos los casos atribuibles a la
política exterior de Estados Unidos? La respuesta es, sí, ocurrieron, y
son atribuibles a la política exterior americana. Pero no hay manera de
saberlo.
No sucedió. Nunca ocurrió nada. Incluso en el momento
en que estaba sucediendo, no sucedía. No pasaba nada. No interesaba. Los
crímenes de los Estados Unidos han sido sistemáticos, constantes,
salvajes, y no ha habido remordimiento, pero de hecho muy pocas personas
han hablado de ellos. Hay que concedérselo a América. Ha llevado a cabo
una manipulación absolutamente clínica del poder a escala mundial,
mientras se presentaba con el disfraz de una fuerza del bien universal.
Es un acto de hipnosis muy logrado, brillante, incluso ingenioso.
Sostengo
aquí que Estados Unidos es, sin lugar a dudas, el mayor espectáculo
ambulante del mundo. Quizá brutal, indiferente, despectivo y despiadado,
pero también muy listo. Como viajante de comercio no tiene parangón, y
su producto estrella es la egolatría. Se vende genial. Oigan a todos los
presidentes americanos decir por la televisión "el pueblo americano",
como por ejemplo en la frase "Le digo al pueblo americano: es hora de
orar y de defender los derechos del pueblo americano, y le pido al
pueblo americano que confíe en su presidente en la acción que va a
emprender por el bien del pueblo americano".
Es una estratagema
deslumbrante. En realidad el lenguaje se está empleando para impedir el
pensamiento. La expresión "el pueblo americano" proporciona un almohadón
de tranquilidad auténticamente voluptuoso. No necesitas pensar.
Simplemente échate en el almohadón. Puede que el almohadón esté
ahogándote la inteligencia y la capacidad crítica, pero es muy cómodo.
Esto no se aplica, por supuesto, a los cuarenta millones de personas que
viven bajo el umbral de la pobreza, ni a los dos millones de hombres y
mujeres encarcelados en el vasto gulag de prisiones que se extiende a
través de los EE.UU.
Los Estados Unidos ya no se molestan en
organizar conflictos de baja intensidad. Ni ven la necesidad de ser
reticentes, o indirectos. Ponen las cartas sobre la mesa sin temor ni
duda. Sencillamente no les importan un carajo las Naciones Unidas, la
ley internacional ni las críticas disidentes, a las que consideran
impotentes e irrelevantes. También llevan del cordel un corderito que
les anda detrás, la patética y mansa Gran Bretaña.
¿Qué le ha
pasado a nuestra sensibilidad moral? ¿La tuvimos alguna vez? ¿Qué
quieren decir estas palabras? ¿Se refieren a un término muy raramente
empleado estos días–la conciencia? ¿Una conciencia que tiene que ver no
sólo con nuestros propios actos sino con la responsabilidad que
compartimos en los actos de los demás? ¿Ha muerto todo esto? Fíjense en
Guantánamo. Cientos de personas detenidas sin cargos durante más de
tres años, sin representantes legales ni proceso en regla, detenidos
técnicamente para siempre. Esta estructura totalmente ilegítima se
mantiene en abierto desafío a la Convención de Ginebra. Lo que llamamos
la "comunidad internacional" no sólo lo tolera sino que apenas piensa en
ello. Esta infamia criminal la está cometiendo un país que se declara a
sí mismo "cabeza del mundo libre". ¿Pensamos en los habitantes de
Guantánamo? ¿Qué dicen los medios de ellos? Sale aquí y allá
ocasionalmente–una noticia pequeñita en la página seis. Han sido
consignados a una tierra de nadie de la que es muy posible que jamás
puedan regresar. Hoy muchos, incluso residentes británicos, están en
huelga de hambre, y son alimentados a la fuerza. No se andan con
chiquitas en este asunto de la alimentación forzosa. Sin sedantes ni
anestesia. Simplemente te meten un tubo por la nariz, a la garganta.
Vomitas sangre. Esto es tortura. ¿Qué ha dicho el Ministro de Asuntos
Exteriores británico sobre este asunto? Nada. ¿Qué ha dicho el Primer
Ministro británico sobre este asunto? Nada. ¿Por qué no? Porque los
Estados Unidos han dicho: criticar nuestra conducta en Guantánamo es un
acto hostil. O estás con nosotros, o contra nosotros. Así que Blair
calla la boca.
La invasión de Iraq fue un acto de bandidaje, un
acto patente de terrorismo de Estado, que demostró un desprecio absoluto
al concepto de ley internacional. La invasión fue una acción militar
arbitraria inspirada por una serie de mentiras sobre mentiras y una
manipulación grosera de los medios, y por tanto del público; un acto
pensado para consolidar el control militar y económico de Norteamérica
sobre Oriente Medio, todo ello haciéndose pasar por una liberación –
como solución última, al resultar injustificadas todas las demás
justificaciones. Una afirmación formidable de fuerza militar responsable
de la muerte y mutilación de miles y miles de inocentes.
Hemos
traído al pueblo iraquí la tortura, las bombas de racimo, el uranio
empobrecido, innumerables actos de asesinato indiscriminado, miseria,
degradación y muerte, y lo llamamos "traer la libertad y la democracia a
Oriente Medio".
¿A cuántas personas hay que matar para ganarse
el apelativo de asesino en masa y criminal de guerra? ¿A cien mil? Más
que suficientes, diría yo. Así pues, es justo que Bush y Blair sean
procesados por el Tribunal Penal Internacional. Pero Bush ha sido listo.
No ha dado su ratificación al Tribunal Penal Internacional. Por tanto,
si algún soldado (o político) americano se encuentra en apuros, Bush ha
avisado de que enviará a los marines. Pero Tony Blair sí que ha
ratificado el tribunal, y por tanto puede ser procesado. Le podemos dar
al tribunal su dirección, si les interesa. Es el número 10 de Downing
Street, Londres.
En este contexto, la muerte es irrelevante.
Tanto Bush como Blair colocan la muerte muy atrás en sus prioridades. Al
menos 100.000 iraquíes murieron bajo las bombas y misiles americanos
antes de que comenzase la insurgencia en Iraq. Esa gente no importa. Sus
muertes no existen. Son un espacio en blanco. Ni siquiera queda
constancia de su muerte. "No nos dedicamos a contar cadáveres", dijo el
general americano Tommy Franks.
Al principio de la invasión se
publicaba en la primera plana de los periódicos británicos una
fotografía de Blair besando en la mejilla a un niñito iraquí. "Un niño
agradecido", decía el pie de foto. Unos días más tarde hubo un reportaje
y fotografía, en una página interior, de otro niño de cuatro años sin
brazos. Un misil había hecho volar por los aires a su familia. Era el
único superviviente. "¿Cuándo me devuelven los brazos?" – preguntaba.
Allí quedó la historia. Bueno, Tony Blair no lo había cogido en brazos,
ni a él ni al cuerpo mutilado de ningún otro niño, ni al cuerpo de
ningún sucio cadáver. La sangre es sucia. Te mancha la corbata y la
camisa cuando estas pronunciando un sincero discurso por la televisión.
Los
dos mil muertos americanos resultan embarazosos. Se les transporta a la
tumba a oscuras. Los funerales son discretos, inanes. Los mutilados se
pudren en sus camas, algunos para el resto de sus días. Así que tanto
los muertos como los mutilados se pudren, en distintas clases de tumba.
Aquí tengo un fragmento de un poema de Pablo Neruda, "Explico algunas cosas"*:
Y una mañana todo estaba ardiendo,
y una mañana las hogueras
salían de la tierra
devorando seres,
y desde entonces fuego,
pólvora desde entonces,
y desde entonces sangre.
Bandidos con aviones y con moros,
bandidos con sortijas y duquesas,
venían por el cielo a matar niños,
y por las calles la sangre de los niños
corría simplemente, como sangre de niños.
¡Chacales que el chacal rechazaría,
piedras que el cardo seco mordería escupiendo,
víboras que las víboras odiaran!
¡Frente a vosotros he visto la sangre
de España levantarse
para ahogaros en una sola ola
de orgullo y de cuchillos!
Generales
traidores:
mirad mi casa muerta,
mirad España rota:
pero de cada casa muerta sale metal ardiendo
en vez de flores,
pero de cada hueco de España
sale España,
pero de cada niño muerto sale un fusil con ojos,
pero de cada crimen nacen balas
que os hallarán un día el sitio
del corazón.
Preguntaréis: ¿por qué su poesía
no nos habia del sueño, de las hojas,
de los grandes volcanes de su país natal?
¡Venid a ver la sangre por las calles,
venid a ver
la sangre por las calles,
venid a ver la sangre
por las calles!
Déjenme
que aclare bien que al citar el poema de Neruda en modo alguno estoy
comparando la España republicana con el Iraq de Saddam Hussein. Cito a
Neruda porque en la poesía contemporánea no he encontrado ninguna
descripción más poderosa y visceral del bombardeo de civiles.
He
dicho antes que los Estados Unidos hoy no tienen ningún reparo en poner
las cartas claramente sobre la mesa. Es así. Su política oficialmente
declarada se define ahora como "dominio de todo el espectro". El término
no es mío, es de ellos. El "dominio de todo el espectro" significa
control de tierra, mar, aire y espacio y todos los recursos asociados a
ellos.
Estados Unidos ocupa ahora 702 instalaciones militares en
132 países a lo largo y ancho del mundo, con la honrosa excepción de
Suecia, naturalmente. No sabemos cómo lo han conseguido, pero allí
están, en efecto.
Estados Unidos posee 8.000 cabezas nucleares
activas y operativas. Dos mil están en alerta máxima, listas para
dispararse en 15 minutos. Está desarrollando nuevos sistemas de fuerza
nuclear, conocidos como revientabúnkers. Los británicos, siempre
dispuestos a ayudar, proyectan reemplazar sus propios misiles nucleares
Trident. ¿A quién, me pregunto yo, apuntarán? ¿A Osama bin Laden? ¿A
ustedes? ¿A mí? ¿A Perico Los Palotes? ¿A China? ¿A París? ¿Quién sabe?
Lo que sí que sabemos es que esta demencia infantil – la posesión y la
amenaza de uso de armas nucleares – está en el centro mismo de la
filosofía política americana actual. Debemos recordarnos a nosotros
mismos que Estados Unidos está en alerta militar continua y no da
señales de relajación.
Muchos miles, si no millones, de personas
en los Estados Unidos están claramente hartos, avergonzados y airados
por las acciones de su gobierno, pero tal como están las cosas no son
una fuerza política coherente (todavía). Pero no es probable que
disminuyan la angustia, la inseguridad y el miedo que vemos crecer a
diario en los Estados Unidos.
Sé que el presidente Bush tiene
muchos redactores de discursos competentes en extremo, pero a mí me
gustaría presentarme voluntario para el puesto. Propongo esta pequeña
alocución que puede dirigir a la nación por televisión. Me lo imagino
con rostro grave, muy cuidado el pelo, serio, encantador, sincero, a
menudo seductor, a veces sonriendo de medio lado, curiosamente
atractivo, un modelo para los hombres.
"Dios es bueno. Dios es
grande. Dios es bueno. Mi Dios es bueno. El Dios de bin Laden es malo.
El suyo es un mal Dios. El Dios de Saddam era malo, y eso que ni
siquiera lo tenía. Era un bárbaro. Nosotros no somos bárbaros. No le
cortamos la cabeza a la gente. Creemos en la libertad. Dios también. Yo
no soy un bárbaro. Soy el líder democráticamente elegido de una
democracia que ama la libertad. Somos una sociedad compasiva.
Electrocutamos y ponemos inyecciones letales compasivamente. Somos una
gran nación. Yo no soy un dictador. Él sí. Yo no soy un bárbaro. Él sí. Y
él sí. Todos lo son. Yo poseo autoridad moral. ¿Veis este puño? Ésta es
mi autoridad moral. Y no vayáis a olvidarlo."
La vida de un
escritor es una actividad muy vulnerable, casi desnuda. No hay por qué
llorar por eso. El escritor hace su elección y tiene que atenerse a ella
aunque le pese. Pero también es cierto decir que estás expuesto a todos
los vientos, algunos heladores. Estás a la intemperie y
desprotegido.Sin cobijo, sin protección–a menos que mientas, claro–en
cuyo caso es que te has montado tu propia protección, y se podría decir
que te has convertido en un político.
Me he referido a la muerte un buen número de veces esta tarde. Ahora voy a citar un poema mío titulado "Muerte".
¿Dónde encontraron al muerto?
¿Quién encontró al muerto?
¿Estaba muerto el muerto cuando lo encontraron?
¿Cómo encontraron al muerto?
¿Quién era el muerto?
¿Quién era el padre o hija o hermano
O tío o hermana o madre o hijo
del cuerpo muerto y abandonado?
¿Estaba el cuerpo muerto cuando lo abandonaron?
¿Abandonaron el cuerpo?
¿Quién lo había abandonado?
¿Estaba el muerto desnudo o vestido de viaje?
¿Qué os hizo declarar muerto al muerto?
¿Declarasteis muerto al muerto?
¿Hasta qué punto conocíais al cuerpo muerto?
¿Cómo supisteis que el cuerpo estaba muerto?
¿Lavasteis al muerto –
–le cerrasteis los dos ojos
– enterrasteis el cuerpo
– lo dejasteis abandonado
– lo besasteis?
Cuando
nos miramos a un espejo pensamos que la imagen que nos mira se ajusta a
la realidad. Pero muévete un milímetro y la imagen cambia. En realidad
estamos viendo un conjunto infinito de reflejos. Pero a veces un
escritor tiene que romper el espejo–porque el otro lado del espejo es el
lugar desde donde nos está mirando la verdad.
Creo que a pesar
de las inmensas dificultades que existen, es necesaria una determinación
intelectual firme, inquebrantable, feroz, la determinación, como
ciudadanos, de definir la auténtica verdad de nuestras vidas y nuestras
sociedades – es una obligación crucial para todos, un imperativo real.
Si
una determinación tal no toma cuerpo en nuestra visión política no
tenemos esperanza de restaurar lo que ya casi se nos ha perdido – la
dignidad del hombre.
(Traducción española de José Ángel García Landa y Beatriz Penas Ibáñez)
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